El estreno de una película honesta y llena de vigor como El 47 (Marcel Barrena, 2024), producida por Mediapro Studios, ha disparado muchas discusiones sobre la lengua y la inmigración en Cataluña, pero no tantos debates sobre las luchas vecinales que se sucedieron durante años en diferentes barrios de Barcelona, cómo es el caso de Torré Baró en el caso del film. Un autobús y un trayecto inimaginable hasta la cima de un cerro se convierten en el McGuffin para coser emocionalmente el vínculo roto entre ciudad y periferias.
La pregunta, pero, es: ¿por qué la ausencia de relatos compartidos de hechos como los que se explican en la película (el intenso activismo de vecinos de la maldita Transición), ampliamente documentados por la historiografía? Casi 50 años después de los hechos, ponemos el foco en pequeñas victorias de una batalla que todavía sigue en pie: la injusticia y el aislamiento de las periferias urbanas, también la de Barcelona. Este justo, pero tardío enamoramiento con aquellas luchas periféricas, olvidadas o silenciadas, nos dice mucho sobre la fuerza movilizadora del séptimo arte, el cine, y también sobre la falta de narrativas comprometidas en las últimas décadas.
Barcelona, a pesar de ser una ciudad de larga tradición cultural, que ha dejado una impronta innegable (el urbanismo, la arquitectura, el arte plástico), se ha narrado mal y muy tímidamente a sí misma. Le pasa por ser a la vez una ciudad llena de problemáticas en su piel social y víctima de su poder de atracción, abocada a un joven cosmopolitismo. A la espera de nuevas narrativas de la catalanidad y la barcelonidad, que quizás lleguen de la música y otros artes populares de los sustratos periféricos; el cine es el gran derrotado en esta responsabilidad.
Barcelona y la literatura
No es el caso de la literatura. A pesar de que Barcelona no tiene «su novela» –aquella pieza que identifica universalmente una ciudad con un arte–, a Barcelona la han narrado de manera brillante novelas de diferentes periodos. Los inicios del siglo pasado (gracias al Mendoza de La ciudad de los prodigios o de La verdad sobre el caso Savolta); la posguerra, con el extraordinario legado de Rodoreda (Aloma, La plaza del Diamante, La calle de las camelias y Espejo roto), pero también con miradas extemporáneas como las de Martínez de Pisón; o la cara oscura de la Barcelona de la democracia de la mano del Carvalho de Vázquez Montalbán y, sobre todo, de la trilogía de Francisco Casavella El día del Watusi, que hace un recorrido literario y biográfico, colectivo, de una Barcelona anclada todavía en el chabolismo de los años de la Transición y llega hasta la euforia posolímpica.
Pero hay dos etapas de la ciudad (en 60 y los 2000s) que siguen un mismo hilo: las heridas de una ciudad social y culturalmente muy desigual, como la del segundo franquismo que tan bien nos explicó Juan Marsé en su tetralogía sobre la periferia nordeste de la ciudad (Últimas tardes cono Teresa, La oscura historia de la prima Montse, Si te dicen que caí y Ronda del Guinardó), con aquellos espacios de realismo popular, como el Bar Las Delicias o la Plaza de la Rovira, y las barreras materiales y psicológicas de la desigual e hipermoderna Barcelona actual que el nuevo Marsé, Javier Pérez Andújar, ha narrado con un crudo sarcasmo desde Los príncipes valientes (2007) hasta La noche fenomenal (2019), pasando por la magistral Paseos cono mí madre (2012).
‘Barcelona Plató’: la renuncia al sujeto político
A diferencia de la literatura, el cine no ha capturado Barcelona como un sujeto argumental, y menos aún político. Se ha enamorado, eso sí, de Barcelona como objeto. De esto han dejado constancia varios directores foráneos, que han visto Barcelona como un espacio de gozo, belleza y locura. Es decir, como un puro escenario al servicio de la trama: desde la comedia romántica de Whit Stillman Barcelona (1994), que el propio director situaría como parte de la trilogía Doomed Bourgeois in Love, hasta la comedia turística de Woody Allen (Vicky Cristina Barcelona, 2008), o bien el paseo de Almodóvar por la ciudad condal (Todo sobre mí madre, 1999) y la teatralización del conflicto social en Biutiful de Alejandro González Iñárritu (2010).
Tampoco la mirada propia contemporánea ha explicado bien sus barrios ni se ha inmiscuido a fondo en otras problemáticas en el corazón de la ciudad. Pero no siempre ha sido así. Las Ramblas, por ejemplo, fueron espacios narrativos ideales para explicar vidas alternativas o marginales. Ventura Pons, en Ocaña, retrato intermitente (1978) y con la excusa de retratar al artista performer José Pérez Ocaña, nos hablaría de una ciudad en cambio a través de un cine documental cámara en mano y a la vez íntimo.
‘Ocaña, retrato intermitente’ (Ventura Pons, 1978)
Fuente: Prozesa/Teide
A pesar de filmar todos sus films en Barcelona, Pons ya no volvería a dar protagonismo a la ciudad como sujeto político hasta el año 2007 en Barcelona (un mapa), adaptación de la obra teatral Barcelona, mapa d’ombres de Lluïsa Cunillé, sobre las dificultades de sostener la vida para las generaciones envejecidas en una ciudad que se globaliza y arrincona al tejido social local. Un recorrido similar haría el también barcelonés Bigas Luna. Director marginal y vanguardista, arranca su filmografía a mediados de los años 70 con tres films sobre tres realidades en tensión: la Barcelona que baja de Vallvidrera a los bajos fondos en Tatuaje (1976), la prostitución de las Ramblas en Bilbao (1978) y la decadente Barcelona de la zona alta en Caniche (1979).
‘Caniche’ (Bigas Luna, 1979)
Fuente: Figaro Films
Después, en su etapa más popular, Luna se entregaría a las formas felinianas, en una especie de expresionismo kitsch ibérico hasta casi el final de su carrera, cuando aporta una pieza excelente en la que sintetiza todas sus obsesiones: formalismo y cosificación mezclados con un inteligente fresco social de las periferias. Hablamos de Yo soy la Juani (2007).
Otros directores han filmado Barcelona con honestidad y constancia, como es el caso de Cesc Gay, o con múltiples registros, como es el caso de Manuel Huerga. Sus tres únicas obras en la gran pantalla –Gaudí, Antártida y Salvador– han mostrado tres Barcelonas diferentes, y con texturas muy diferenciadas: en la primera, un falso documental, nos recrea la ciudad de principios del siglo pasado, innovadora y atrevida. En la segunda, una ciudad oscura (Barcelona y Madrid) abocada a las drogas. Finalmente, en Salvador la ciudad nuclear (el Eixample) se convierte en un escenario de resistencia y solidaridad.
‘Salvador’ (Manel Huerga, 2006)
Fuente: Future Films / Mediapro
Mostrar y denunciar: el espacio de la no ficción
Esto no impide que la visualidad se haya hecho cargo de explicar múltiples otras Barcelonas. El cine documental ha hecho dignas aportaciones. Las miradas ácidas de Joaquim Jordà y colectivos como Espacio en Blanco narraron las injusticias en tiempo real en la ciudad gentrificada. Nuevas voces, como la de Marga Almirall Rotés, nos explican la ciudad mirando por el retrovisor. Explicada a partir del diálogo entre dos generaciones –los abuelos y los nietos–, el documental Somorrostro en tres actes pone el énfasis en un espacio de memoria de pobreza y dolor para Barcelona. Almirall incide, mostrando las diferentes caras del Somorrostro a lo largo de las décadas, en la cruda paradoja de este espacio de memoria: es hoy, precisamente, el epicentro de la ciudad turística de festivales y consumo que pretende olvidar la antigua marginalidad.
‘Somorrostro en tres actes’ (Marga Almirall Rotés, 2023)
Fuente: CCCB
Aun así, quien sobre todo se ha esforzado ha sido el hermano pequeño del cine, la televisión a través del periodismo comprometido de Televisión Española –Miramar es un referente indiscutible–, con, por ejemplo, el reportaje breve de la periodista Lulú Martorell, Tornen les barraques a Barcelona?, de 1978. En la obra, se muestran diferentes asentamientos de barracas, como los de Raimon Casellas, Santa Engràcia o La Perona, tiempo después de que Francesc Candel las denunciara en Els altres catalans. Dando testigo directo a los vecinos, y también derecho a defensa a representantes municipales, el reportaje contextualiza el fenómeno precisamente dando voz a Candel.
‘Tornen les barraques a Barcelona?’ (Lulú Martorell, 1978)
uente: ‘Voltereta’ (TVE Cataluña)
Más de 30 años después, en 2010, Televisión de Cataluña estrenaría Barraques. La ciutat oblidada, de Sara Grimal y Alonso Carnicer. Se trata de una ampliación documental de un mítico reportaje del programa 30 minuts hecho en los años 90, que aportaba nuevos testigos de aquel periodo y sobre todo una cantidad importante de imágenes de archivo inéditas. Si las imágenes están, ¿por qué las hemos mantenido ocultas?
Recuperar los archivos audiovisuales que han documentado la historia de la ciudad es una obligación ética de los creadores. Pero es también un motor narrativo, como bien demuestra El 47, donde el recurso al archivo aporta credibilidad y verosimilitud.
Imágenes de archivo del secuestro del bus 47 (1978)
Fuente: autor desconocido
Es también responsabilidad de las instituciones culturales que disponen de fondos documentales darles visibilidad, desde Televisión Española hasta el MNAC, pasando por el MACBA. El trato que nuestro museo de arte contemporáneo ha dado y da a fondos documentales de gran valía, como los de los grupos de activismo videográfico de la Transición Vídeo-Nou o Servei de Vídeo Comunitari, no hace justicia al poderoso legado que dejan sus, nuestras imágenes colectivas. Aquellos jóvenes artistas y activistas se hicieron cargo de documentar un tiempo y una ciudad de múltiples pieles, registrando las injusticias del chabolismo, del urbanismo desmesurado y sin ninguna planificación, las precarias condiciones educativas y de vida de los jóvenes de los barrios y las consecuencias de las drogas, entre otras muchas causas perdidas. Lo hicieron, como experimento comunitario pionero en el país, haciendo partícipes –y corresponsables– a los objetos filmados.
‘Los jóvenes de barrio’ (1982)
Fuente: Servei de Vídeo Comunitari
Ahora, la obligación de todos –instituciones, creadores, críticos y público– es recuperar aquellas imágenes que, de tanta verdad como proyectan, movilizan al ciudadano y abren las puertas a rearticular la memoria colectiva de una forma que el poder ni siquiera sospechaba hace cuatro días. Este es, entre otros, el poder del séptimo arte. Que nos sirva El 47 como recordatorio parar el futuro: «Barcelona, no hace falta que te pongas guapa».
Filmografía y videografía:
ALMIRALL, Marga (2023). Somorrostro en tres actes.
BARRENA, Marcel (2024). El 47.
CARNICER, Alonso; GRIMAL, Sara (2010). Barraques. La ciutat oblidada.
HUERGA, Manuel (2006). Salvador.
LUNA, Bigas (1976). Tatuaje.
LUNA, Bigas (1978). Bilbao.
LUNA, Bigas (1979). Caniche.
LUNA, Bigas (2004). Yo soy la Juani.
MARTORELL, Lulú (1978). Tornen les barraques a Barcelona?
PONS, Ventura (1978). Ocaña, retrato intermitente.
SERVEI DE VÍDEO COMUNITARI (1982). Los jóvenes de barrio.
Citación recomendada
GOZALO SALELLAS, Ignasi. «Barcelona y las imágenes: la ciudad no narrada». COMeIN [en línea], noviembre 2024, no. 147. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n148.2472
Profesor de Comunicación en la UOC