Número 137 (noviembre de 2023)

El régimen digital (2): del apocalipsis ‘en serie’ a la angustia del día a día

Ignasi Gozalo Salellas

Las nuevas tecnologías no solo ofrecen un control inédito sobre nuestras vidas, sino que condicionan las conductas. La nueva fiebre contemporánea por las narrativas apocalípticas se diferencia de una tradición que es tan antigua como lo son la literatura, el cine y la radio por un hecho escalofriante: las formas apocalípticas actuales se producen en la esfera de lo real o, incluso, la superan mediante tecnologías como los videojuegos o la inteligencia artificial.

Podemos afirmar que estamos en unos tiempos límite, en los que la excepcionalidad permanente de nuestro tiempo (Gozalo Salellas, 2023) ya no la producen las guerras, sino el campo de batalla de la esfera digital. La guerra de nuestro tiempo es contra el fin del mundo y su forma es el apocalipsis –político, ecológico, sanitario, mediático–. Desde la amenaza por la (in)seguridad hasta la amenaza del agotamiento de recursos, la dinámica de la comunicación actual se ha dejado llevar por la fiebre del clickbait, el mandato de la lógica economicista de los medios digitales, que viven de la búsqueda del clic continuo. La situación límite difumina el terreno de la ficción con la realidad, abocando el espectador o usuario a la pérdida de conciencia del pacto más fructífero y largo de la historia: el pacto de la ficción.

 

Del pánico atómico a la angustia digital

 

La representación en el arte –aquel gesto que reclamaba capacidad de interpretación y distancia mimética– pierde su lugar: los relatos hoy hablan sobre nuestras vidas, en vez de representarlas. Porque la profecía contemporánea del apocalipsis se basa en el agotamiento incesante y sutil de la esperanza de una vida vivible. Catástrofe y distopia son las dos fuerzas motrices de la narrativa de nuestro tiempo: si el primer término –la catástrofe– nos advierte del advenimiento de un hecho irreparable –la extinción del planeta y, con él, de la nuestra–, el segundo –la distopia– se convierte en la narrativa hegemónica que agudiza día tras día, serie tras serie, el gran malestar de nuestro tiempo: la angustia.

 

El efecto de goteo constante y lento de angustias en esta realidad hiperbólica nos aleja de la percepción de amenaza inminente, como sí que lo fue la emergencia nuclear, y normaliza una sensación de peligro moderado. La angustia se produce en una temporalidad dilatada, justo al contrario que el pánico, que responde a la instantaneidad, y que el horror, que nos conduce a la experiencia del sufrimiento puro. De hecho, horror y pánico fueron juntos durante el trágico momento apocalíptico del siglo XX –la década de los cuarenta–, cuando se produjeron dos grandes momentos catastróficos: los campos de concentración mecanizados para llevar a cabo el Holocausto y la dimensión planetaria de la amenaza nuclear atómica durante la Segunda Guerra Mundial, consumada en 1945 en Hiroshima y Nagasaki.

 

Nuestro sufrimiento, la angustia, no lo genera solo la industria de la ficción. Las noticias en la esfera pública sobre la cuestión son una constante de nuestro tiempo. El programa europeo Copernicus nos alerta de cambios drásticos en el clima, con un lenguaje que bordea los géneros de la narrativa de catástrofes y de la ciencia ficción: «Nos estamos quedando sin tiempo», «entramos en un territorio inexplorado», nos recuerda su último informe, que da voz a investigadores y a otras figuras reconocidas.

 

De las distopias posmodernas al apocalipsis ‘en serie’

 

Las utopías prometeicas de la modernidad, como el socialismo, el anarquismo y el republicanismo, acabaron siendo barridas por las distopias de la ficción posmoderna. Las grandes producciones de los años setenta y ochenta, como 2001: Una odisea en el espacio, Encuentros en la tercera fase o Blade Runner, comenzaron una carrera yonqui que nos ha llevado a casa series postelevisivas como Black Mirror, The Walking Dead, Westworld, El juego del calamar o The Last of Us.

 

 img-dins_article-gozalo137a

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cartel promocional de un capítulo de la sexta temporada de ‘Black Mirror’

Fuente: Netflix

 

Inmersos en el colapso, ninguna otra narrativa de nuestro tiempo se impone tanto como el apocalipsis audiovisual, en un tira y afloja entre el deseo irrefrenable de noticias, a menudo innecesarias, y el consumo dependiente de series apocalípticas que el propio magma digital se encarga de poner a nuestra disposición ilimitadamente. La economía de las plataformas, con Netflix al frente, ha sacado enorme rendimiento económico de nuestro malestar mediante la serialización del tormento y la proyección en la pantalla del carácter insufrible de nuestras vidas, que se caracterizan por la angustia. Con narrativas sobre el fin del planeta o sobre la pérdida de garantías vitales y sociales, las expectativas personal y colectiva se convierten en una pesadilla.

 

Así, si Black Mirror se inventaba una retórica propia comprimiendo el apocalipsis en el tiempo que duraba un solo capítulo (es decir, ¡22 apocalipsis anuales!) como estrategia de inmersión y de alarma contra las estructuras sociales, The Last of Us va más allá y nace como réplica del videojuego del mismo nombre, de gran hiperrealismo, para explicar una infección devastadora que recorre Estados Unidos. El resultado de la experiencia para el espectador es un viaje emocional que borra los límites de la ficción y debilita el pacto de distancia entre creación y visualización.

 

 img-dins_article-gozalo137b

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La serie ‘The Last of Us’ replica el videojuego del mismo nombre

Fuente: HBO/Sony

 

De la serialización a la vida real

 

Sin embargo, a veces se superan los muros del sufrimiento virtualizado de las ficciones que consumimos en serie, y el malestar atraviesa las pantallas y se manifiesta en las calles. Las calles de las ciudades más plácidas se inflaman. Una noche de febrero de 2021 nos llegaban duras imágenes de disturbios en las calles de Barcelona y de otras ciudades españolas en protesta por la detención del rapero Pablo Hasél por los delitos de enaltecimiento del terrorismo y de injurias a la Corona y otras instituciones del Estado. En el caso barcelonés, de una concentración pacífica en una plaza del barrio de Gracia se pasaba a una sucesión de gestos de cólera descontrolada, con la quema de contenedores y saqueos de tiendas, seguramente sobredimensionados por el alud de infiltrados y de jóvenes sin otra ideología que el resentimiento. Una multitud de colectivos expulsados de la vida digna expresaban una violencia-odio como resultado de una violencia-opresión. La violencia, íntima y biopolítica, resulta tanto virtual como colectiva una vez se televisa y se viraliza en las redes.

 

 img-dins_article-gozalo137c

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una noche violenta de febrero de 2021, en Barcelona

Fuente: ‘El País’

 

Incapaces de distinguir la distopia fabricada en las pantallas de la que inunda gota a gota nuestras calles, la chispa del malestar la encienden rápidamente los medios y las redes sociales, al sobredimensionar hechos y consecuencias y activar el deseo de salir de la prisión de las ficciones en serie –la netflixización, la vida en streaming–, lo que desemboca en el gesto de tomar la calle. A causas similares respondían las protestas del otoño de 2019 en Barcelona y en otras localidades catalanas en respuesta a la sentencia contra los líderes políticos del Proceso, que evidencian una preocupación compartida por medio de una iconografía espectacular: la de los contenedores en llamas. Se trata de gestos elocuentes: devolver el daño causado por el capitalismo destrozando aquello que generó –la destrucción del planeta–.

 

Esta ideología, que en su mutación neoliberal contemporánea se proponía a sí misma como ilimitada y liberadora, ha sido capaz, como bien nos recordaba Zygmunt Bauman en Retrotopia, de robarnos la idea colectiva de progreso, privatizándola y expoliándola del mundo que habitamos. Contra esto, podemos abrazar la melancolía postapocalíptica de Walter Benjamin o lo que el filósofo Srećko Horvat denomina solastàlgia: una forma de convivir con el luto por la tragedia de forma viva, una terapia colectiva que active medidas de futuro inmediato contra el colapso capitalista.

 

Para saber más:

GOZALO SALELLAS, Ignasi (2023). La excepcionalidad permanente. Anagrama.

ANDERS, Günther (2012). El piloto de Hiroshima. Más allá de los límites de la conciencia. Booket.

BAUMAN, Zygmunt (2017). Retropía. Paidós.

BENJAMIN, Walter (1931). Melancolía de izquierdas. Sobre el nuevo libro de poemas de Erich Kästner.

HORVAT, Srećko (2021). Después del apocalipsis. Katakrak.

 

Citación recomendada

GOZALO SALELLAS, Ignasi. «El régimen digital (2): del apocalipsis ‘en serie’ a la angustia del día a día». COMeIN [en línea], noviembre 2023, no. 137. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n137.2374

investigación;  televisión;  medios sociales;  cultura digital;  lifestyle cine;  videojuegos;  comunicación de crisis;