Número 113 (septiembre 2021)

El hipertexto ha vuelto para quedarse (o debería)

Andrea Rosales

En los años 90 del siglo pasado, cuando se popularizó internet, se hablaba de internet como el gran hipertexto. Una gran red de información interconectada que te permitiría navegar e ir conectando diferentes informaciones para que el usuario de internet pudiera tener todo el conocimiento a su alcance. Un texto que contenía diferentes enlaces y que le permitía al lector escoger entre diferentes caminos. Pero, sobre todo, una forma de lectura que trasciende lo lineal para aprovechar las conexiones lógicas del pensamiento (Joan Campàs, 2005).

La realidad ha ido en otra dirección. Los sitios webs más populares son empresas comerciales que basan sus resultados en las métricas. Las métricas de internet valoran el tiempo que las personas pasan dentro de un website y la cantidad de contenidos que consumen. Los websites de noticias particularmente, se enfocan en el consumo de material noticioso reciente. Con lo cual los diseños, en lugar de contribuir al gran hipertexto, se esfuerzan porque el usuario no se salga de su sitio web y consuma sobre todo las noticias más recientes. Concretamente, las noticias tienen pocos links a contenidos que permitan profundizar en los diferentes temas de interés (a excepción de enlaces internos del medio) y casi nunca conectan con las fuentes de información, que es lo que permitiría en realidad crear el gran hipertexto.
 
En los comienzos de internet, inspirados en la idea del hipertexto, se favorecía el diseño de páginas cortas, con diferentes links para profundizar según los intereses del usuario. Sin embargo, a partir del web 2.0 de los años 2000, se empezó a pasar a páginas infinitas, que van desplegando una sucesión de contenidos a medida que vas haciendo scroll. Es decir que la forma de interactuar pasó de la navegación a partir de links al scroll. Y de la elección individual de contenidos a partir de la navegación, al consumo de contenidos curados por un tercero. La curación la puede hacer un experto, por ejemplo, cuando visitas el perfil de un influencer en las redes sociales, o cuando consultas los medios de comunicación (Javier Guallar, 2015). Pero también puede hacerla un algoritmo que selecciona aquello que considera que es relevante para cada individuo según el perfil sociométrico predicho en las redes sociales (por ejemplo, Alireza Souri et al., 2018).
 
Este afán por satisfacer las métricas de internet ha contribuido a reforzar las fake news. Lo importante son las noticias que empatizan con las ideas preconcebidas de los usuarios para generar muchas visitas y, si es posible, crear una cierta sensación de alarma con la cual mantener al público cautivo (Cass R. Sunstein, 2014). 
 
Pero también han aparecido una serie de superhéroes que se dedican a cazar bulos o fake news. Maldita.es (España), Snopes.com (USA), Colombiacheck.com (Colombia), son algunos de ellos. Se basan en conectar las noticias con la fuente de información para comprobar su veracidad. Los nodos y los links se convierten en la evidencia necesaria para dar cuenta de esa fuente oficial. 
 
The Trust Project plantea ocho indicadores que ofrecen al lector información sobre quién y qué está detrás de las noticias, para contrarrestar el impacto de las fake news en la sociedad. Uno de esos indicadores se refiere justamente a la inclusión de citas y referencias en las piezas periodísticas. Aunque más de 200 medios en el mundo, incluyendo BBC, The Washington Post y The Economist, han suscrito su compromiso con The Trust Project, en sus artículos las referencias y las citas brillan por su ausencia.
 
Algunos periodistas, principalmente periodistas independientes, sí que empiezan a integrar la evidencia como parte de su pieza periodística (por ejemplo, en Chequeado), lo cual dota de mayor credibilidad a su artículo. Aunque el éxito de esta cruzada depende, en parte, de contar con datos abiertos y publicaciones abiertas por parte de las administraciones públicas y por parte de los centros de investigación.
 
Es decir que una herramienta fundamental de los cazadores de fake news es, como no, el hipertexto. Así de fácil. Tal como se había soñado que sería Internet hace 30 años.
 
Para saber más:
 
  • CAMPÀS, Joan (2005). El hipertexto. Editorial UOC.
  • GUALLAR, Javier (2014). «Content curation en periodismo (y en documentación periodística». Hipertext.net: Revista Académica sobre Documentación Digital y Comunicación Interactiva, 12. 
  • SOURI, Alireza; HOSSEINPOUR, Shafigheh y MASSOUD, Amir (2018). «Personality classification based on profiles of social networks’ users and the five-factor model of personality. Human-Centric Computing and Information Sciences», 8(1). https://doi.org/10.1186/s13673-018-0147-4
  • SUNSTEIN, Cass R. (2014). On rumors, How falsehoods spread, why we believe them, and what can be done. Princeton University Press. 
 

Cita recomendada

ROSALES, Andrea. «El hipertexto ha vuelto para quedarse (o debería)». COMeIN, septiembre 2021, no. 113. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n113.2155

periodismo;  cultura digital;