El papel activo de la cultura tecnológica en la sociedad actual es indiscutible y constituye un fenómeno de estudio analizado desde todas las esferas actuales del saber. En las prácticas del arte, los impulsos creativos y la intimidad tecnológica producen crisis notables en la manipulación de códigos. Como respuesta activa, se está produciendo un interesante encuentro crítico y creativo entre prácticas artísticas, género y software libre. El marco conceptual de estas nuevas comunidades invisibles se orienta al cultivo de la socialización del conocimiento y el trabajo colaborativo.
La yuxtaposición de las palabras, género y tecnología, situada en el título del artículo nos permite sobrepasar el límite del término tecnologías más allá de su esfera habitual, para incluirlo en el discurso de los estudios feministas. Por un lado, nos referimos a prácticas artísticas, porque más allá del concepto de obra, en cuanto objeto realizado con medios tecnológicos y su análisis formal, nos interesan las prácticas de artistas que trabajan de forma híbrida, entre disciplinas y formas de saberes y de hacer que investigan diversos formatos y canales de circulación, como la performance, el audiovisual, la música, la danza, el teatro, los festivales, los talleres, los seminarios y las intervenciones en espacios y tiempo reales. Estas prácticas nos interpelan a saber: ¿Hasta qué punto la creatividad y la experimentación tecnológica incluye una ética hacia la «cultura de acceso»?
En este ámbito, nos encontramos con una serie de prácticas artísticas hechas por mujeres que utilizan las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) como plataformas colaborativas de conocimiento, mediación, comunicación y distribución libre, que desarrollan su producción artística desde un posicionamiento crítico, activista y ético-político que pone en práctica la perspectiva vivencial y conceptual de las teorías feministas. Prácticas que utilizan las TIC para articular redes de colaboración y aprendizaje, emprender procesos de participación con los públicos y usuarios, experimentar con la interdisciplinariedad y desarrollar nuevos formatos y materiales de comunicación, considerando también sus potencialidades críticas y políticas. La ocupación del espacio virtual desde una oposición de resistencia política aborda cuestiones como la cultura libre, la digitalización y la visualización como potencial transformador. El énfasis está en la construcción colectiva de alternativas pedagógicas, autoaprendizaje y enseñanza mutua que pone en uso los colectivos de artistas, lo mismo en sus dinámicas internas de trabajo que en los procesos de participación de los públicos o usuarios.
La voz y praxis de las artistas
En Cataluña nos encontramos con iniciativas que plantean la invención de espacios y herramientas en la articulación de nuevas tecnologías y prácticas feministas. Nociones como procomún, cultura libre, do it yourself, tecnologías libres, reciclaje, economía alternativa, acceso o compartir conocimiento atraviesan buena parte de estos esfuerzos. Se trata de crear condiciones de posibilidad para la emergencia de otras narrativas y puntos de anunciación alternativos. En este sentido, toma gran relevancia el importante trabajo de creación de redes y archivos –como ocurre con los colectivos Felemek o Donestech–, así como los procesos colectivos que funcionan como espacios de enseñanza mutua y autoaprendizaje.
Artistas y colectivos como Nuria Güell, Lilia Villafuerte, Corpus Deleicti o Minipimer TV destacan por el potencial político de algunas producciones debido a que transforman las expectativas habituales respecto a las tecnologías para activar otros usos y usuarios. Como ejemplo, el proyecto, Acceso a lo denegado (2008), de Nuria Güell, donde la artista ofrecía a los ciudadanos de La Habana intercambio a su acceso a internet –limitado a extranjeros residentes– por información sobre el contexto proporcionada por ciudadanos cubanos. Tal como la propia artista ha manifestado, se trataba de intercambiar acceso al espacio virtual a cambio de información sobre estrategias de supervivencia conductuales (comportarse como si...) y estrategias de supervivencia práctica.
Nos interesa también destacar lo que ha definido una de las integrantes del grupo Minipimer TV, Lucía Egaña, como los «usos disidentes de las tecnologías». En la experiencia de Minipimer, pero también en las prácticas de colectivos como Konic Thtr, así como en proyectos de Lilia Villafuerte y Nuria Güell, estos usos a menudo desviados de las tecnologías permiten la emergencia de diferentes narrativas. En algunos casos, por ejemplo, el carácter habitualmente negativo que damos al error se transforma en un lugar de agenciamiento desde donde hacer posible nuevos modos de relación con las TIC. En los talleres y las producciones de streaming y vídeo de Minipimer destacan el uso deliberado del ruido de fondo y la baja resolución. Este énfasis en la parte negativa de la ecuación, prueba/error, también forma parte de las integrantes del grupo Donestech. Con su irónico personaje virtual Lela, no solo ponen de manifiesto una acción habitual entre los usuarios de internet, sino que lo reivindican como un derecho y libertad de equivocarse, también como una estrategia de intervención política en la relación entre género y tecnologías. Con la figura de Lela, se sitúan en el supuesto lugar de la ingenuidad con el fin de establecer un trato más cómodo y displicente con las tecnologías. De esta manera, el aprendizaje también conlleva aprender a valorar la capacidad de una relación diferente con los medios.
Con relación a las tecnologías del género, quizás es Corpus Deleicti el que realiza un trabajo más activista a partir de sus cuestionamientos en torno a la construcción del género y sus representaciones visuales y discursivas. A través de performances, talleres y publicaciones, este colectivo explora cuestiones relacionadas con las prácticas de creación, el deseo, las políticas (pos)identitarias o la sexualización del espacio público.
A partir de estas prácticas, lanzamos la siguiente pregunta: ¿Hasta qué punto las prácticas artísticas en nuevos medios permiten contestar otras tecnologías de producción del género y la sexualidad? Y, más allá de esta pregunta, ¿estas prácticas podrían ampliar el horizonte de lo común (como ya ha hecho el feminismo) con la inclusión de nuevos debates y prácticas críticas? En este caso, entendemos la práctica feminista como contestación a formas de jerarquía y exclusión que atraviesan las ideas de género, raza, clase, sexualidad, nacionalidad, localización geopolítica, etc. La circulación libre de la información y de pedagogías alternativas es, sin duda, un futuro por el cual luchar si queremos erradicar la secular relación entre saber y poder. Por ello, es fundamental promover y compartir el trabajo artístico y pedagógico desarrollado por estos grupos que, por su propia dinámica de trabajo colectivo, así como los procesos de participación pública, hacen hincapié en las formas de artivismo tecnológico frente a las nuevas problemáticas políticas, sociales y culturales de nuestro presente.
AGRADECIMIENTO: Este artículo forma parte de un proyecto de investigación que ha sido subvencionado por el Institut Català de les Dones.
Para saber más:
BUTLER, Judith (1990). GenderTrouble. Feminism and the Subversion of Identity. Nueva York, Routledge.
DE LAURETIS, Teresa (1987). Technologies of Gender: Essays on Teory, Film, and Fiction. Bloomington: Indiana University Press. Disponible en: https://www.jstor.org/stable/j.ctt16gzmbr
HARAWAY, Donna (1995). Ciencia, cyborgs y mujeres. La reivindicación de la naturaleza. Madrid: Ediciones Cátedra.
WAJCMAN, Judy. (2004). El Tecnofeminismo. Madrid: Ediciones Cátedra.
Citación recomendada
MARTINS, Inés. «Prácticas artísticas entre género y tecnología». COMeIN [en línea], diciembre 2022, no. 127. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n127.2280
Profesora de Comunicación en la UOC