Bruce Springsteen es uno de tantos que se hacen viejos, con la particularidad de que sus conciertos no pasan precisamente desapercibidos. Ahora que ya tiene 73 años, tanto la prensa como los tertulianos no dejan de comentar el mérito de estar en activo «a su edad». Una gesta, una proeza. Que si se cuida mucho, que si hace esto, que si hace lo otro. Y, por supuesto, también se deja caer algún comentario que recuerda que ya no salta tanto como en la última gira o que quizás sea la última vez que lo veamos en Europa.
En su gira, Springsteen está llenando estadios. En Barcelona también lo ha hecho, y el público era de edades muy diversas. No solo gente joven o gente mayor. Se podía ver a niños y niñas, además de a muchas, a muchísimas personas de edad avanzada. Cabellos grises de todo tipo. Gente que usa la tarjeta rosa de Barcelona desde hace unos cuantos años. Y en función de su estado físico, y de su presupuesto disponible para ello, se repartían por la grada y por la pista. Ahora bien, una tertuliana decía al día siguiente del primer concierto que «las personas mayores disfrutaban tanto como nosotros [las personas adultas jóvenes]». Y yo me pregunto: ¿y por qué no? Los estereotipos parece que nos hacen pensar que se trata de algo extraordinario. Pero ¿acaso no van a un concierto para pasárselo bien?
‘The Boss’ en Barcelona el pasado 30 de abril
Foto: Mireia Fernández-Ardèvol
La evolución de nuestras sociedades a través de Springsteen
Observar al público de Springsteen es observar la evolución de nuestras sociedades, que se hacen mayores y reinventan con ello la vejez. Los mayores no son personas «diferentes» [de nosotros, la gente adulta], que se queda en casa y solo tiene interés en cocinar los domingos para su familia o en observar cómo avanzan las obras públicas –un par de actividades que, según los estereotipos, serían propias de la jubilación–. Las personas mayores son, antes que nada, personas. Con intereses concretos que, en algunos casos, consisten en asistir a un concierto multitudinario y que, no lo olvidemos, tiene un precio nada despreciable. Y, si hace falta, van con bastón, con muletas o con silla de ruedas. Al igual, de hecho, que lo hacen las personas más jóvenes.
Ya nadie se cuestiona que los roqueros envejecen y continúan en activo, como los Rolling o el propio Bruce. Ya es hora de que empecemos a naturalizar que, si los roqueros no dejan sus guitarras, las personas mayores tampoco dejan sus gustos musicales cuando llegan a cierta edad. La música es clave en la definición de la identidad en la adolescencia y la juventud, y continúa marcando los gustos en la edad adulta y, también, en la vejez.
Lo cierto es que, expresados en voz alta, muchos estereotipos sobre la gente mayor apenas se sostienen. Un ejemplo: «Es extraordinario que a una persona jubilada le guste Bruce Springsteen». Lo sería si no lo conociera, si no le gustara el rock, si la música que le gustaba de adolescente hubiera estado en otra onda. Pero en sus conciertos hay bastante gente que ya se ha jubilado y que tiene tiempo suficiente para hacer cola durante tres días y estar así en primera fila. Si nos fijamos, estos argumentos no tienen nada que ver con la edad de la persona, sino con su trayectoria vital y sus gustos.
Citación recomendada
FERNÁNDEZ-ARDÈVOL, Mireia. «Bruce Springsteen, uno de tantos que se hacen viejos». COMeIN [en línea], mayo 2023, no. 132. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n132.2331
Profesora de comunicación digital en la UOC