La globalización del capital, los avances tecnológicos y la migración son algunos de los factores que impulsan transformaciones culturales que reverberan en diversos ámbitos (económicos, políticos y geográficos). En este escenario, los países utilizan como estrategia de marketing la construcción del posicionamiento de las marcas lugar para promover la visibilidad y la competitividad de sus territorios, desde ciudades hasta países. Estas estrategias abarcan la producción de bienes, el turismo, la cultura y otros aspectos que influyen en los valores asociados a cada país en el contexto de competitividad global.
Una de las muchas cuestiones que enmarcan la experiencia de las personas migrantes en Europa es la multiplicidad de marcos legales y regulatorios dirigidos a controlar y administrar su entrada y permanencia en territorio europeo. La gran cantidad de instrumentos legislativos generados con ese objetivo han colaborado en la producción y reproducción de dinámicas que hacen de la legalidad (así como de sus límites y márgenes) una problemática central de toda la cuestión migratoria.
El rol disruptivo y transformativo de la inteligencia artificial (IA) es uno de los temas de actualidad por excelencia, como queda claro a través de los numerosos e interesantísimos artículos sobre el tema aparecidos en COMeIN. Los imaginarios de la inteligencia artificial nos acompañan desde hace mucho tiempo en la literatura, el cine, la televisión, el cómic o los videojuegos, pero cuando entran en nuestra vida cotidiana… la cosa cambia. En este artículo, me acerco a la cotidianeidad de la IA en un campo que me apasiona, la música.
Este es el mejor título de un libro de diseño de la historia. Lo publicó en 1981 el diseñador Bob Gill (Nueva York, 1931-2021) y para muchos sigue siendo una publicación única y que va a contracorriente de las publicaciones habituales de diseño, aún en la actualidad. Fallecido a los 90 años, Gill fue diseñador gráfico, redactor, director artístico, profesor de diseño, ilustrador, cineasta y tocaba jazz al piano muy mal, según su biografía.
Dos de las sagas de ciencia ficción televisiva y cinematográfica que más repercusión mundial han tenido son Star Wars y Star Trek. Las dos continúan su expansión transmedia, que incluye precuelas y secuelas en cine y televisión, así como todo tipo de merchandising, eventos e influencia en la sociedad y en la interacción en línea. Ahora bien, ¿habéis pensado alguna vez que Star Trek podría llegar a representar al siempre difícil de representar colectivo de los freelances?
Bruce Springsteen es uno de tantos que se hacen viejos, con la particularidad de que sus conciertos no pasan precisamente desapercibidos. Ahora que ya tiene 73 años, tanto la prensa como los tertulianos no dejan de comentar el mérito de estar en activo «a su edad». Una gesta, una proeza. Que si se cuida mucho, que si hace esto, que si hace lo otro. Y, por supuesto, también se deja caer algún comentario que recuerda que ya no salta tanto como en la última gira o que quizás sea la última vez que lo veamos en Europa.
La amenaza de huelga de los guionistas norteamericanos podría ser una oportunidad para que los discursos y análisis que se hacen desde los medios de comunicación y la academia salgan del marco establecido por el marketing industrial de las plataformas.
Si bien, aparentemente, hemos avanzado bastante en materia de perspectiva de género a la hora de redactar las noticias y los titulares, sobre todo en aquellos relacionados con la violencia de género, parece que todavía nos queda camino por recorrer en otros temas que puedan parecer menos sensibles o delicados.
Editorial UOC acaba de publicar, en su colección Filmografías esenciales, el volumen Cine dentro del cine. 50 películas sobre el séptimo arte, de Pablo Echart. En el libro, el autor, profesor de escritura y análisis de guion cinematográfico de la Universidad de Navarra, presenta una antología esencial del metacine, un género –o mejor, un subgénero– del cine que se centra en el proceso de creación de una película y en los personajes involucrados en ella, tales como directores, productores, actores y guionistas.
Parecería lógico que una mayor capacidad para reconocer y entender los algoritmos que operan en nuestro entorno implicase una mayor capacidad de relacionarse con ellos de forma libre y acorde con la propia voluntad, especialmente cuando estos afecten a cuestiones sensibles. No obstante, hay indicios que contradicen esta intuición. En un nuevo proyecto de investigación analizaré las causas y los efectos de esta aparente disonancia que llamo la «paradoja de la consciencia algorítmica».