Número 128 (enero 2023)

Pulseras para vigilar las emociones y otros ‘shocks’ digitales

Sara Suárez-Gonzalo

A pocos les sorprenderá que el régimen chino utilice tecnologías digitales para vigilar y sancionar a la población. Lo que puede sorprender más es que este tipo de tecnologías de control también se están utilizando en el seno de democracias avanzadas como la nuestra.

Recientemente, medios europeos se hicieron eco de una noticia publicada por el Beijing Daily anunciando que la compañía de transporte público de Pekín había distribuido 1.800 pulseras electrónicas que monitorizan el estado físico y psíquico de los conductores de rutas de larga distancia de autobús. ¿El objetivo? Aumentar la seguridad de los pasajeros.

 

El incremento de la población en los últimos años ha llevado a la compañía a aumentar notablemente la flota de autobuses de la ciudad. Diversos medios nacionales informan de que, en los últimos diez años, se han sumado casi 530 líneas y 2.400 autobuses y han aumentado su velocidad en torno a un 13,5 %. Algo que se suma a un aumento generalizado de la intensidad del tráfico y los niveles de contaminación en la capital. Factores que complican la visibilidad y la conducción y que provocan cada vez más accidentes de autobús.

 

Ante este escenario, la compañía de transporte implementa el uso de estas pulseras electrónicas que monitorizan el estado físico, psicológico y emocional de los conductores a través del análisis de signos vitales como la temperatura corporal, la frecuencia cardíaca y respiratoria, el nivel de oxígeno en sangre, la presión arterial o el ejercicio y la calidad del sueño. Los datos recogidos se analizan en tiempo real y, en caso de obtener resultados fuera de los rangos establecidos (como indicios de cansancio, nerviosismo o estrés), se toman medidas como sancionar al trabajador o impedirle conducir. La compañía justifica la medida como una forma de aumentar la seguridad de los pasajeros y reforzar la salud física y mental de los conductores. Además, estima que a finales del año (chino) contarán con 6.500 autobuses equipados con lo que llaman sistemas de reconocimiento de comportamiento anormal del conductor.

 

En declaraciones públicas recientes, un veterano de la compañía admite que la conducción en la capital es complicada y que muchos compañeros, con mucha fatiga, conducen más horas de las que les corresponden para ganar más dinero. También reconoce que, en casi veinte años, solo ha disfrutado de vacaciones largas una vez, tras sufrir un duro accidente. Y considera positivo que la empresa utilice tecnología para vigilar y sancionar a quienes presenten síntomas de cansancio o estrés, para que no suban al autobús. Sin embargo, añade que muchos compañeros no están de acuerdo con la medida porque consideran que sus signos vitales pueden estar alterados por motivos que no les impidan conducir o que el propio hecho de llevar la pulsera les pondrá nerviosos, lo que alterará esos signos.

 

‘Shock’ digital: cuestiones técnicas y éticas del caso

 

Más allá de la primera opinión que pueda generar, el caso despierta varias preguntas que creo que vale la pena plantearse:

 

La primera es si la tecnología propuesta (dispositivos de análisis automático de signos vitales en tiempo real) es útil para resolver el problema que se pretende (reducir los accidentes de autobús). Si pensamos, por ejemplo, en que el dispositivo se usa para impedir conducir a un trabajador que muestra síntomas de estrés, cabe buscar en el conocimiento experto respuestas a preguntas como: ¿los signos vitales que capta el dispositivo permiten determinar de forma inequívoca que una persona, cualesquiera que sean sus características y circunstancias, sufre una forma de estrés que la inhabilita o la hace peligrosa para conducir? ¿Todas las personas muestran los mismos síntomas físicos ante el estrés? ¿El sistema permite analizar esos síntomas de forma precisa y sin riesgo (considerable) de generar sesgos o formas de discriminación? Numerosos casos prueban que los sistemas de procesamiento de datos son mucho menos precisos con personas con rasgos distintos a los de quienes los han programado o cuyas características han sido utilizadas para entrenar estos sistemas. Y, por otra parte, ¿no es posible que el uso de los sistemas de vigilancia genere, como apuntan algunos conductores, profecías autocumplidas? Es una evidencia que la vigilancia del empleador hacia el empleado genera una situación de desigualdad que afecta a la persona vigilada, que puede alterar sus signos vitales.

 

Desde luego, no es bueno que la gente conduzca fatigada o estresada y hacerlo contribuye a que se produzcan accidentes. Por ello, es deseable y necesario que se tomen medidas para reducir el riesgo. Pero también parece que no es lo más habitual que alguien fatigado o estresado desee conducir más horas de las que le corresponden, si pudiera elegir no hacerlo. Lo que da lugar a otra pregunta: si lo que se busca es evitar accidentes, ¿no sería más eficaz invertir esfuerzos en contribuir a combatir las causas de ese estrés y averiguar si tienen algo que ver con las condiciones laborales (complejidad de la conducción, largos trayectos y jornadas, pocas vacaciones, bajos sueldos…)? En otras palabras, ¿no sería más efectivo mejorar las condiciones laborales, incluyendo apoyo médico y psicológico incondicional para que el trabajo se desempeñe en unas condiciones mejores y más seguras?

 

Y una última cuestión: ¿es ético que el empleador tenga acceso a este tipo de información sobre los signos vitales de la plantilla? ¿Y debería ser legal (aun en el caso de que el empleado acceda a ello)? ¿Dónde quedan los derechos y libertades de la ciudadanía?

 

Tratándose de China, lo normal, aunque preocupante, es que nadie se sorprenda por un caso que, ciertamente, se espera de un sistema político autoritario. Uno que ha utilizado como pretexto la gestión de la crisis sanitaria para continuar extendiendo su poder político a través de sistemas de vigilancia que recopilan y procesan datos sobre casi todos los ámbitos de la vida de la ciudadanía.

 

Pero lo cierto es que este tipo de tecnologías de control también se están utilizando en el seno de democracias avanzadas como la nuestra, bajo procedimientos opacos y para fines poco democráticos y de dudosa eficacia, que afectan a las libertades básicas de, a menudo, las capas más vulnerables de la ciudadanía. La crisis de la COVID-19, la guerra de Ucrania o las crisis económicas también están acelerando y profundizando tendencias tecnosolucionistas previas, basadas en una lógica similar a la del caso chino. El uso de sistemas de procesamiento de datos masivos para el control de la inmigración a partir de datos biométricos, la acción policial mediante sistemas de reconocimiento facial de emociones o la vigilancia digital en el (tele)trabajo son solo algunos ejemplos.

 

Un shock digital de libro que debería provocarnos, como poco, muchas preguntas.

 

Para saber más:

KLEIN, Naomi (2007). La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre. Barcelona: Paidós.

VAN VUGT, Marieke (2019). «Using Biometric Sensors to Measure Productivity». En: Sadowski, C., Zimmermann, T. (eds.). Rethinking Productivity in Software Engineering. Berkeley: Apress. DOI: https://doi.org/10.1007/978-1-4842-4221-6_14

 

Citación recomendada

SUÁREZ-GONZALO, Sara. «Pulseras para vigilar las emociones y otros ‘shocks’ digitales». COMeIN [en línea], enero 2023, no. 128. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n128.2306

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