Las nuevas redes sociales y las nuevas plataformas de consumo audiovisual bajo demanda con contenido en abierto como YouTube se presentan como muy golosas para las nuevas generaciones.
En estas últimas semanas ha llamado la atención entre los internautas aficionados al cine y las series la noticia de una película sobre la prestigiosa serie de AMC Breaking Bad (2008-2013). La particularidad es que no se trata realmente de un nuevo film, sino de un ambicioso y complejo proyecto de montaje de dos cineastas y fans franceses para conseguir condensar las 5 temporadas de la serie en una duración propia de largometraje. Un nuevo ejemplo de algunas de las sorprendentes formas con que algunos fans trabajan y juegan sobre los materiales que les obsesionan.
Pocas cosas dan más rabia que los anuncios intrusivos que nos persiguen allá donde vamos, y muy especialmente en el contexto digital. No importa qué hacemos ni si lo hacemos desde un ordenador o desde un dispositivo móvil. Internet se ha convertido en las Guillerias del s. XXI, llenas de bandoleros esperando asaltarnos cuando menos lo esperamos. Quizá no nos roban nuestras posesiones materiales, como hacían con nuestros antepasados, pero sí que nos roban nuestro tiempo y nuestra paciencia.
Hace dieciséis años, en el año 2001, los economistas Joseph Stiglitz, George Akerlof y Michael Spence recibieron el Premio Nobel de Economía por sus aportaciones a la teoría de la información asimétrica, concepto aplicado al análisis económico de los mercados. Información asimétrica hace referencia a la posición desigual en cuanto a la cantidad y a la calidad de la información disponible de las partes que intervienen en una compraventa de un producto o un servicio.
Mucho se ha especulado sobre la relación entre la tristeza y la creatividad. Las raíces de esta idea se remontan a la antigüedad; Aristóteles ya había señalado la tendencia a la melancolía de las personalidades geniales, una apreciación que, a lo largo de la historia, ha calado en nuestro imaginario gracias a artistas, escritores y poetas con vidas desgarradas, experiencias trágicas y sentimientos encontrados. Vincent Van Gogh, Ernest Hemingway, Edvard Munch o Camille Claudel son, entre muchos, ejemplos emblemáticos.
A nadie se le escapa que el cine (entendido de la manera más amplia posible) sigue teniendo la máxima vigencia como vehículo de pensamiento. Por eso algunos festivales, en especial los de carácter más especializado, funcionan como auténticos foros de debate en los que emergen posibilidades de reflexionar a fondo sobre las fuerzas que modelan nuestro mundo presente o futuro.
¿Al entrar en un transporte público has mirado alguna vez a tu alrededor y has contado cuántos pasajeros están con los ojos clavados en la pantalla del teléfono móvil? O a la salida de una escuela, ¿te has fijado en cuántos padres reciben a sus hijos mientras utilizan el teléfono? Estamos constantemente conectados —solo nos supera Singapur en número de teléfonos inteligentes por habitante—, pero ¿podemos decir que también estamos enganchados? El programa #SalvadosConectados nos sirve para iniciar la reflexión.
Los videojuegos y el juego en general mejoran la calidad de nuestras relaciones sociales al permitir espacios de distensión y placer. Jugar es, en definitiva, una forma de minimizar las consecuencias de nuestros actos y por consiguiente una forma de aprender en situaciones menos arriesgadas.
En la década de los noventa del siglo pasado, las entonces denominadas nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC) ya estaban revolucionando la sociedad, la economía, y nuestra vida. Entrábamos en la sociedad y la economía del conocimiento, donde la gestión de datos y de información llevaba a generar conocimiento, materia prima de la nueva era, y al desarrollo económico. Los fundamentos de la sociedad y la economía industrial quedaban atrás gracias a las NTIC, que abrían una nueva era económica y social. La Unión Europea, en la Agenda de Lisboa del 2000, ya apuntaba que gracias al conocimiento Europa se convertiría en la economía más avanzada del mundo. Ahora, siglo XXI, década de los años diez: ¿no oímos la misma canción bajo el título de transformación digital?