ArtículosNúmero 116 (diciembre de 2021)

¿Qué sentido tiene la educación?

Amalia Creus

Sí, la pregunta quiere ser provocadora. De hecho, siempre resulta algo perturbador preguntarnos sobre el sentido de las cosas, y más cuando nos referimos a dimensiones de la vida que están plácidamente incorporadas a nuestra existencia, que damos muchas veces por sentadas o por buenas. Entonces, muy pocas veces nos paramos ante ellas y preguntamos: pero… ¿por qué?, ¿para qué?, ¿con qué sentido?

Las personas que nos dedicamos a la educación solemos invertir importantes esfuerzos en mejorar nuestra práctica, experimentando con más y mejores metodologías, explorando materiales, analizando y repensando constantemente nuestras dinámicas docentes. Todo ello es sin duda fundamental, y hacerlo bien asegura la mejora continua de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Sin embargo, quizás con menos frecuencia nos preguntamos sobre el sentido fundamental de nuestro trabajo, por ejemplo, cuestionando las visiones del mundo, cosmovisiones o paradigmas en las que arraiga nuestra práctica educativa.

 

Por eso, de tanto en tanto, me gusta volver a la filosofía, esa ciencia que –como decía el escritor Joan Benet– complica las cosas que todo el mundo sabe. A eso os invito en este breve ensayo: a preguntarnos sobre el sentido de la educación recuperando las reflexiones de algunos pensadores de la filosofía clásica. Filósofos que han tenido, y siguen teniendo, una gran influencia en cómo se configura la educación moderna.

 

Visión filosófica del sentido de la educación

 

Comienzo por Jean Jaques Rousseau. En su Discurso sobre la desigualdad entre los hombres Rousseau nos describe al «hombre natural», en tanto que ser individual, adaptado e integrado en la naturaleza. Ese estado de naturaleza es para Rousseau un estado de equilibrio, en el que las personas, libres de las ataduras de la sociedad, estarían en un estado de pureza moral, carentes de razón, pasiones o imaginación, y dotadas «naturalmente» del sentido de la justicia, de la bondad y del amor. En contrapartida, la maldad y los males sociales son, en el marco de esta construcción filosófica, el resultado de la entrada de la persona en sociedad, que, con sus superestructuras y vicisitudes, la hace moralmente débil, alejándola de sus necesidades e inclinaciones originarias.

 

La idea de un «hombre natural» estuvo históricamente vinculada con lo que se vendría a llamar el mito del «buen salvaje», que ganaría relevancia en la literatura europea en la época de los grandes descubrimientos geográficos, cuando el contacto con pueblos originarios de América y África llevaría a un creciente interés cultural por las costumbres exóticas y todo lo que se presentaba como ajeno a la civilización europea. En efecto, algunos escritos de Rousseau estuvieron dedicados a los pueblos primitivos. Sin embargo, entender su reflexión sobre el «hombre natural» simplemente como una aproximación nostálgica a un estado ideal de inocencia supone una lectura poco profunda de la complejidad de su propuesta filosófica. Más que una realidad que se pueda fechar históricamente, el estado de naturaleza del «hombre natural» es una hipótesis de trabajo que nos propone el filósofo como crítica social; un instrumento para la reflexión sobre los mecanismos sociales que, a lo largo de la historia, han oscurecido y reprimido la libertad.

 

Este debate entre naturaleza y sociedad configura el núcleo principal de la aportación rousseauniana a la educación moderna. Lo que nos plantea Rousseau es una educación orientada a salvaguardar el estado natural del ser humano, una educación humanista que nos lleve a conocer y a conectar con nuestra propia esencia. Propone así una educación fundamentada en la idea de no interferencia, que proporcione espacio y libertad a los impulsos, la fuerza, los deseos, el lenguaje y los movimientos naturales de cada etapa de la vida. En ese sentido, la perspectiva rousseauniana de la educación, muy distinta a la tradición monástica de su época, proponía poner en el centro la experiencia del sujeto que aprende, dejándolo experimentar y fluir, premisa que más tarde seguirán muchos pedagogos modernos como Maria Montessori o Freixenet, y que se ha seguido renovando en los actuales movimientos pedagógicos de la educación libre.

 

Resulta asimismo muy interesante poner en relación esta visión rousseauniana de la educación con las ideas de Immanuel Kant. Los escritos de Kant sobre la educación son riquísimos, y abarcan aspectos muy variados, como pueden ser la disciplina, la instrucción y la formación. Pero mientras la educación rousseauniana se basa en la búsqueda de los principios que rigen al hombre en un hipotético estado puro de naturaleza, Kant ve en la educación un camino para el devenir de la razón y la moralidad, o más precisamente para el progreso moral del individuo, y en consecuencia de la sociedad.

 

Educación kantiana

 

Para Kant, la educación debería estar orientada a desarrollar facultades como el entendimiento y la voluntad, a superar la ignorancia, a rectificar errores y a perfeccionar nuestro sentido moral y de responsabilidad para con los otros y para con la sociedad. En efecto, la educación kantiana se plantea sobre todo como formación ética del individuo, más allá de la mera instrucción o conocimiento técnico. La concepción del ser humano como sujeto racional, y como tal responsable de sus actos, es posiblemente la principal premisa ética subyacente tras la idea kantiana de educación. Una educación que Kant entiende como tiempo y espacio para aprender a pensar y a cuestionar los principios éticos y morales, de los cuales se origina toda acción.

 

Filosofía de la educación

 

Jean Jacques Rousseau e Immanuel Kant son dos pensadores fundamentales en la filosofía de la educación. Es verdad –y vale la pena recordarlo– que sus legados no están exentos de contradicciones. En especial el carácter elitista de la educación de su época, de la que muchos y muchas quedaban excluidas. Pero hay mucha riqueza en sus aportaciones. Pienso, por ejemplo, en su defensa de una educación que ponga en el centro la vida, desde éticas y estéticas basadas en afectos y en los cuidados, en la responsabilidad con el otro y con uno mismo, hasta la idea de reconexión con la naturaleza. Pese a la transformación evidente del mundo, y la también evidente necesidad de crear nuevos paradigmas y nuevas formas de pensar la educación, recurrir a la historia del pensamiento moderno es un ejercicio interesante. Aunque sea para buscar elementos de reflexión que nos permitan construir nuevas preguntas, y que nos ayuden a hacer de la educación un camino para la construcción de una sociedad mejor, más justa, más ética, más digna y más feliz.

 

Citación recomendada

CREUS, Amalia. ¿Qué sentido tiene la educación? COMeIN [en línea], diciembre 2021, no. 116. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n116.2180

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