El dúo Twitter-Musk no para de darnos titulares. El peligro de quiebra técnica por la reducción de trabajadores expertos en infraestructura tecnológica es el último capítulo de una corta pero intensa historia de terror de la era de internet: el miedo a la pérdida de la memoria digital, tan poco atendida en estos tiempos de condición efímera en los que la inmediatez, la fugacidad y la aceleración se imponen.
Doce años después del inicio del proyecto en 2017, la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos –que con más de 173 millones de artículos y libros y casi 1.400 kilómetros de estanterías es la biblioteca más grande del mundo– daba por acabado su proyecto más ambicioso: archivar Twitter desde sus orígenes. Los trabajadores de la biblioteca se habían adentrado en la titánica tarea de archivar cada uno de los 500 millones de tuits generados de media cada día del año durante este intervalo de tiempo. Eran años de orgullo del gremio bibliotecario: el profesor de la Escuela de Derecho de la Yale University Fred R. Shapiro diría a The New York Times en 2010 que se trataba de una «incorporación nueva al registro histórico, la historia segundo a segundo de la gente normal». Desafortunadamente, debido al número y a la extensión de los tuits, siete años después la Biblioteca decidiría solo archivar las unidades de discurso de «valor histórico». No hay datos actuales, pero en 2013 la Biblioteca tenía archivados más de 170.000 millones de tuits –una acumulación, en una década, mil veces superior a las piezas editadas recopiladas en 200 años.
Según las autoridades archivísticas de la más grande biblioteca del mundo, en el caso de Twitter no se trataba solo de un problema de escala de producción, sino sobre todo de mutación de la naturaleza de los tuits. Al solo recibir los textos de cada tuit por cuestiones de peso, quedaban omitidos imágenes, vídeos o gifs animados, lo que implicaba pasar por alto el gran valor aportado por Twitter a la historia cultural de nuestra era digital: la creación de un nuevo lenguaje y cultura universales basados en la multimedialidad, la referencialidad y la cultura del reciclaje. Si un archivo no contextualiza su tiempo, si no lo explica o no da testimonio fidedigno de este, poco valor tiene por gigantescos que sean los números.
Riesgo de desmemoria digital
El caso de este backup cultural interrumpido por la tendencia imparable del crecimiento de mensajes ha venido a la mente de muchos cuando, en estas últimas semanas y como primera medida del nuevo propietario de la empresa, el impulsivo Elon Musk decidía despedir a miles de trabajadores –muchos de ellos ingenieros y algunos a cargo del mantenimiento técnico de la red social. El riesgo de quiebra técnica por no poder garantizar la infraestructura de la empresa del pajarito alertó a expertos en memoria digital, pero no al propietario Musk, quien se plantea ahorrar hasta tres millones de dólares diarios en costes estructurales.
«En el fondo, Twitter es una empresa de software y servidores, así que creo que tiene sentido hacerlo», diría en uno de los primeros tuits después de ser su propietario. Días después, el tono de sus mensajes se moderaría y –probablemente gracias a asesores– se reposicionaría como el gran árbitro de la esfera pública global. Así, cuando dice aquello de que «Twitter quiere ser la fuente más cuidadosa de información sobre el mundo. Esta es nuestra misión», nos está dando dos mensajes. Primero: que con el «that’s our mission» rehúye el egoísmo tan habitual en Musk y colectiviza los retos del futuro, a la vez que abraza la responsabilidad social. Segundo: evidencia, indirectamente, que la tendencia al crecimiento exponencial de mensajes lleva insoslayablemente hacia la desinformación y el caos. Sin embargo, en ningún momento expresa una inquietud por el riesgo a la desmemoria digital, que no es otra cosa que el resultado de la intersección entre la exponencialidad y la obsolescencia técnica.
No estamos reproduciendo el último argumento de una serie distópica de moda –nuestro Brave New World digital–, sino un fenómeno que viene repitiéndose cíclicamente a lo largo de la breve historia de internet, y siempre por ventas, quiebras o reconfiguraciones técnicas de empresas del sector. Los casos de MySpace, GeoCities o Twitpic nos hablan de millones de cuentas desaparecidas y nos obligan a imaginar como probables los casos de Facebook o Twitter, porque ni las historias de éxito más grande se salvan del famoso error del sistema. También Google, el gran monstruo de la inteligencia digital, dejó caer Google Vídeo y Google+ y, con este, millones de vínculos a webs y comentarios en tablas.
Movimientos de preservación digital
No fue la gran empresa californiana, sino una plataforma ciudadana la que iniciaría el proceso de salvar parte de la memoria perdida de Google en internet. Hablamos de Archive Team, un colectivo de historiadores de Nueva York sin ánimo de lucro que, desde el año 2009, se dedica a la preservación parcial de GeoCities, Fotolog, Google Vídeo, Yahoo! Vídeo o SoundCloud, entre otros. Lo hacen, como dice el miembro Jason Scott, por «rabia y un sentimiento de impotencia por estar dejando que las empresas decidan por nosotros qué sobrevive y qué muere». Archive.org (Internet Archive) es una famosa web que se dedica, desde su casita en San Francisco, a reparar los «links rotos» de internet –el primer paso parcial hacia la desmemoria. Con su motor de búsqueda Wayback Machine ya han conseguido almacenar más de 350.000 millones de páginas web y de reparar casi 10 millones de enlaces rotos –imaginemos un montón de entradas de una enciclopedia borradas, tachadas o directamente arrancadas página a página.
La sobreproducción de mensajes nos conduce a la pregunta central: ¿quién puede garantizar la memoria digital de nuestros tiempos? Hemos visto claramente que las instituciones públicas no, pero sí otras expresiones de la sociedad contemporánea: el altruismo ciudadano y las grandes corporaciones –en este último caso, ya sea por razones de imagen o de interés comercial. Cuando llegan los procesos pioneros de digitalización de libros a las bibliotecas, tanto las públicas como las privadas, se encuentran con la imposibilidad material, humana y temporal de cumplir la tarea. Es Google el que pondrá los recursos económicos, tecnológicos y humanos para tal efecto. El resultado es la biblioteca de Alejandría de nuestro tiempo: Google Books.
Musk, Twitter y la aceleración cuantitativa
Sin embargo, no parece que Musk esté por la tarea de hacer lo mismo que Google, empresa que obtuvo un cambio de valoración enorme por parte de los usuarios gracias a esta medida, a pesar de que parece indiscutible que Twitter es y será una fuente de conocimiento valiosísima para un mejor entendimiento de lo humano. Su ágora nos ha mostrado algunas facetas de la condición humana hasta ahora desconocidas: desde el empoderamiento y la creatividad de la gente normal hasta la triste certeza de que nazis, franquistas, supremacistas, racistas, terraplanistas y negacionistas de todo tipo no han dejado de existir ni un solo día de nuestras vidas.
En todo caso, el último de los líos de la alianza entre Twitter y Musk se inscribe en la lógica y retórica de la razón ciberdigital que articula nuestro tiempo histórico, caracterizada por dos transformaciones sísmicas: por un lado, la imposibilidad de cuantificar la producción de datos e información y, por otro, la reducción de la unidad de significación cultural a unos mínimos casi raquíticos –ya sea el tuit de 280 caracteres, el vídeo de TikTok de escasos segundos o aquel mensaje de voz que reproduciremos al 2x para adelantar mientras conducimos, cocinamos o andamos. Aceleración cuantitativa y reducción de la unidad de discurso cultural van unidas y nos obligan a hacernos la pregunta más simple y compleja a la vez: ¿es, por lo tanto, un tuit cultura?
Si Musk estuviera realmente desconectando servidores, diríamos que es solo una suma de bits y no un producto cultural. Pero si hacemos caso a su supuesto interés por la buena salud informativa, quizás debamos rendirnos a la evidencia del diccionario que, en el caso de la RAE, incluye como segunda acepción «Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.». Dejamos para una siguiente vida la primera y más fundamental significación del término cultura: aquel «conjunto de conocimientos que permite al individuo desarrollar su juicio crítico».
Citación recomendada
GOZALO SALELLAS, Ignasi. «¿Aceleración tecnológica y desmemoria digital». COMeIN [en línea], diciembre 2022, no. 127. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n127.2284
Profesor de Comunicación en la UOC