En un artículo anterior, indagaba sobre el sentido de la educación a partir de las aportaciones de dos referentes de filosofía clásica: Jean-Jaques Rousseau e Immanuel Kant. Propongo ahora profundizar en este debate recuperando a otros dos autores fundamentales: Karl Marx y Paulo Freire. Sus aportaciones han tenido una gran relevancia en la construcción de una visión crítica de la educación. No solo en la medida en que nos han ayudado a comprender los mecanismos internos de los sistemas educativos para la reproducción de las desigualdades, sino también porque han señalado y defendido que la educación es –o debería ser– un instrumento poderoso para la transformación social.
Comienzo por Karl Marx –filósofo, activista y revolucionario–, situando las ideas generales de su teoría del materialismo histórico. Explicado en términos simples, el materialismo histórico propone explorar cómo las condiciones materiales y económicas de una sociedad afectan a su organización y desarrollo y, por lo tanto, también a la vida social de los individuos. Por condiciones materiales Marx se refiere, sobre todo, a los medios económicos y tecnológicos de producción, y defiende que las relaciones de poder en una sociedad se determinan en la lucha por estos medios. En su obra Contribución a la crítica de la economía política, Marx explica esta visión a partir de dos marcos sociales que se contienen y sostienen mutuamente: la infraestructura económica (que incluye los medios y las tecnologías de producción) y una superestructura jurídica, política y simbólica, donde figuran, por ejemplo, las instituciones legales, educativas y políticas, así como los valores, las formas culturales, las religiones, las ideologías y las filosofías.
Esta sobreposición entre infraestructura y superestructura no se debe entender, sin embargo, como una armadura o configuración sólida. En efecto, Marx veía la sociedad como algo inherentemente mutable, en constante movimiento, sumergida en contradicciones y conflictos internos, y en constante lucha por los resortes que mueven estas estructuras. Desde esa mirada, la teoría del materialismo histórico de Marx entiende que todos los componentes de una sociedad –seres vivos e inanimados– conforman un todo interrelacionado que aglutina grupos sociales, instituciones, creencias y doctrinas que están sujetos a cambios continuos vinculados a las leyes de la dialéctica y las relaciones de poder.
La mirada marxista sobre la educación
Entonces, ¿qué rol juega la educación desde una mirada marxista? ¿Cómo podemos entender la educación desde la perspectiva del materialismo histórico?
Si nos enfocamos en la educación como un elemento clave de la superestructura social, donde Marx sitúa la dimensión más política de la sociedad, el sistema educativo formal se puede entender como uno de los múltiples mecanismos para la reproducción material y simbólica de las relaciones de poder. En esa línea, pensadores como Althusser y Giroux (representantes del pensamiento marxista en educación) nos recuerdan que si miramos a la historia de la educación veremos que la institución escolar ha sido utilizada en muchos momentos como mediadora de prácticas sociales y culturales que aseguran y mantienen la hegemonía de una configuración dada de poder. No solo como instrumento para la capacitación y formación de las clases trabajadoras, sino como un mecanismo para la transmisión de ideologías dominantes y la manutención de un determinado orden económico y social.
Pero, si eso es así, podríamos preguntarnos: ¿no hay entonces esperanza para el cambio social desde la educación? Si entendemos la educación solamente como un mecanismo de reproducción de desigualdades, ¿qué alternativas quedan a la educación para la transformación social?
El materialismo histórico es una teoría muy potente para pensar cómo evolucionan las sociedades en relación con sus bases materiales y económicas, que están, según el pensamiento marxista, en los fundamentos de toda transformación social. Sin embargo, conviene no olvidar que para Marx la naturaleza humana es potencialmente revolucionaria. Es decir, la voluntad humana no es un reflejo pasivo de los acontecimientos, sino que contiene el poder de rebelarse contra las circunstancias y las limitaciones que imponen las estructuras de una sociedad.
La mirada sobre la educación de Paulo Freire
Aquí es donde la obra y el pensamiento de Paulo Freire –uno de los pedagogos más influyentes de América Latina– tiene una relevancia fundamental, en tanto que busca transformar desde la propia educación la realidad. La mirada freiriana, partiendo de la crítica marxista, defiende una educación transformadora que se ha nombrado de muchas maneras: pedagogía de la esperanza, pedagogía del oprimido, pedagogía de la autonomía… Términos con los que Freire defendía que la educación debería ser un proceso vivo de conocimiento, de formación política, pero también una manifestación ética y de compromiso con el cambio social mediante la liberación del individuo y el desarrollo de su conciencia crítica. Diferenciaba, por ello, lo que llamaba una «educación bancaria» (transmisora, alineada con la reproducción de hegemonías) de la «educación como práctica de la libertad» (Freire, 1970 y 1993), basada en la afectividad, la alegría y las relaciones, pero también en la capacidad científica y el dominio técnico, que defendía como saberes necesarios de los docentes al servicio del cambio.
Los educadores eran así un actor clave en lo que Freire solía llamar la revolución de la esperanza. En efecto, Freire siempre reclamó la esperanza como una virtud muy importante en la práctica educativa de cualquier docente. Esperanza que defendía plenamente consciente de sus límites materiales. Así lo explicaba: «Al hablar de esperanza como posibilidad de cambiar el mundo, no quiero dar la impresión de ser un pedagogo lírico o ingenuo. Al hablar de esta forma, no desconozco lo difícil que se hace, cada vez más, implicarse a favor de los oprimidos» (Freire, 1997). Solía decir Paulo Freire que la gran tarea humanista e histórica de los oprimidos es liberarse a sí mismos y liberar a los opresores. Desde esa mirada defendía que el principal valor y objetivo de la educación era cambiar un mundo desigual e injusto por otro ético y profundamente solidario.
Igual que el pensamiento de Marx, la obra de Freire pone en evidencia la dimensión política de la educación, y alude a la imposibilidad de abordar la práctica educativa desde una dimensión meramente técnica y metodológica –y por tanto neutra–. Dos pensadores, dos tiempos históricos, pero la misma contundencia. Freire, quizás por su relevancia en América Latina, lo he tenido más cerca, más presente, lo he leído más y seguramente lo he entendido mejor. Pero ambos han sido lecturas muy presentes en mi formación como educadora, y a ambos me gusta volver siempre que puedo para recordar nuestro necesario compromiso personal y social con el sentido de la educación.
Para saber más:
Althusser, Louis (s. f.). Ideología y aparatos ideológicos del Estado. México: Quinto Sol.
Freire, Paulo (1970). Pedagogía del oprimido. 21.ª edición. Madrid: Siglo XXI.
Freire, Paulo (1993). Pedagogía de la Esperanza: un reencuentro con la pedagogía del oprimido. 7.ª Edición. Madrid: Siglo XXI.
Freire, Paulo (1997). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa. 11.ª edición. Madrid: Siglo XXI.
Giroux, Henry (1985). «Teorías de la reproducción y la resistencia en la nueva sociología de la educación: un análisis crítico». En: Universidad pedagógica nacional, no. 17. México. DOI: https://doi.org/10.17227/01203916.5140
Marx, Karl (2008). Contribución a la crítica de la economía política. México: Siglo XXI.
Citación recomendada
CREUS, Amalia. Para seguir pensando el sentido de la educación. COMeIN [en línia], mayo 2022, no. 121. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n121.2235
Profesora de Comunicación de la UOC
@amaliacreus