ArtículosNúmero 124 (septiembre 2022)

Agua

Amalia Creus

Olas de calor cada vez más intensas, frecuentes y duraderas. Devastadores incendios, sequías, temperaturas récord… Lenta pero inexorablemente la tierra nos avisa de que está cansada. «Lasciate ogni speranza voi ch’entrate» («Abandonad toda esperanza quienes aquí entráis»), decía la inscripción a las puertas del infierno donde inician su viaje Dante y Virgilio, en La divina comedia. Y a nosotros, ¿qué esperanza nos queda? Del aparente paraíso de la globalización, llegamos ahora a las puertas de nuestro particular infierno. Europa arde, el mar se calienta, el agua escasea.

El 28 de julio de 2010 la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció explícitamente el acceso al agua como un derecho humano. Este reconocimiento constituye, sin duda, un avance fundamental en la lucha por una mayor justicia social y ambiental. Aun así, el recorrido de mejora que queda por delante es todavía inmenso, sobre todo si tenemos en cuenta que una parte muy importante de la población mundial sigue hoy sin tener asegurado este derecho básico.

 

En efecto, informes recientes de las Naciones Unidas nos recuerdan que, en la actualidad, más de 2.200 millones de personas en todo el mundo no tienen acceso seguro a agua potable y más de 4.200 millones carecen de saneamiento. Es además evidente que el cambio climático tiene un impacto enorme en la disponibilidad de agua en nuestro ecosistema, cada vez más escasa y menos predecible. Dicho de forma sencilla y contundente: la escasez de agua afecta hoy a más del 40 % de la población mundial, y va en aumento.

 

La perspectiva desde la gestión

 

El agua es un bien esencial. Garantizar su suministro seguro, previsible y, sobre todo, de calidad es una cuestión fundamental. En relación con ello es interesante notar que gran parte de los esfuerzos científicos, políticos y económicos a escala global que buscan dar respuesta a la imperiosa necesidad de asegurar el derecho al agua a las personas se ha enfocado, sobre todo, desde la perspectiva de la gestión. Es decir, priorizando el diseño de procesos y estrategias que buscan garantizar un suministro seguro y continuado de agua a la ciudadanía y a las organizaciones, mediante infraestructuras y modelos de gestión diseñados para almacenar, potabilizar, depurar y distribuir el agua.

 

Sin desmerecer la importancia que tiene la gestión eficiente de todos los recursos naturales –entre ellos el agua–, es conveniente llamar la atención sobre los peligros de acotar la cuestión del agua a un problema de gestión de recursos . Entre otros factores, porque esta mirada técnico-económica suele sostenerse en lógicas de mercado, desde las cuales el agua se concibe como un producto o un bien de consumo escaso y de alto valor, que como tal debe ser manipulado, distribuido y comercializado.

 

La perspectiva ecofeminista

 

En contraste, aproximaciones como el ecofeminismo proponen abordar desde una posición muy diferente esta misma problemática. Defienden que, además de un derecho humano, el agua se debe abordar como un «derecho natural». Lo explica Vandana Shiva: «Como todo derecho natural, los derechos sobre el agua constituyen un derecho de uso; las aguas pueden utilizarse, pero no pertenecen a nadie» (2002, p. 37). Insiste así en la importancia de reconocer el agua como un «bien comunal», como base ecológica cuyo reparto y usufructo debe vincularse a la cooperación entre los miembros de una comunidad, y no tratarse como un bien de mercado.

 

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‘Washes away’, obra de la artista Samantha French

Fuente: Samantha French

 

En efecto, cada vez más son las voces que reivindican la necesidad de abordar la cuestión del agua –y del cambio climático en general– desde una mirada nueva. Una mirada que nos impulse a cuestionar los límites del conocimiento humano como centro de las decisiones que afectan a la globalidad del planeta, y que ponga en el centro la relación entre diferentes elementos y especies. Voces femeninas, como las de Donna Haraway, Vandana Shiva o Myra Hird –entre muchas otras–, que traen a debate conceptos como la vulnerabilidad, la fragilidad, la finitud y la interconexión con la naturaleza como ejes centrales para reconstruir nuestro lugar en el mundo, y comprender la vida como un tiempo y espacio común, compartido e interdependiente entre muchas formas de vida y existencia.

 

Pero ¿cómo podemos, tan metidos como estamos en lógicas opresoras de la globalización, abrir los espacios necesarios para ese cambio de mirada? Como educadora, quiero seguir confiando en que la educación es uno de esos espacios. Por eso resulta tan importante defender una educación que ponga en el centro la vida, desde éticas y estéticas basadas en afectos y en los cuidados, en la responsabilidad con el otro y con la naturaleza. Una educación que nos sirva de utopía, en el sentido en el que la definía Eduardo Galeano: como el horizonte, ese inalcanzable que nos impele a seguir caminando.

 

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‘Climate Crisis’, fotografía del periodista visual zhc

Fuente: The Artling

 

 

Para saber más:

HARAWAY, Donna (2016). «Antropoceno, Capitaloceno, plantacionoceno, Chthuluceno: generando relaciones de parentesco». Revista Latinoamericana de Estudios Críticos Animales, vol.1, no. 3, p. 15–26.

HIRD, Myra (2012). «Knowing Waste: Towards an Inhumen Epistemology». Social Epistemology: A Journal of Knowledge, Culture and Policy, vol. 26, no. 3-4, p. 453-469. DOI: https://doi.org/10.1080/02691728.2012.727195.

SHIVA, Vandana (2002). «Derechos sobre el agua: el Estado, el mercado y la comunidad». Las guerras del agua: contaminación, privatización y negocio (p. 35-53). Barcelona: Icaria.

 

Citación recomendada

CREUS, Amalia. «Agua». COMeIN [en línea], septiembre 2022, no. 124. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n124.2255

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