Una nueva ley de la Unión Europea (UE) obligará a la ciudadanía a comer insectos. Es un bulo, obviamente. O tal vez no tan obviamente, dado que son muchos los que le han dado crédito. Se ha difundido tan amplia y velozmente que diversas entidades de fact-checking (verificación de hechos) se han visto obligadas a desmentirlo explícitamente. La idea de degustar las larvas del escarabajo del estiércol puede asquearnos, pero –en nuestra dieta informativa– nos tragamos cosas mucho más repugnantes y en verdad dañinas.
Desmesurada como el diarreico paquidermo que protagoniza su prólogo, Babylon (Damien Chazelle, 2022) nos retrotrae a la era en la que el cine era un espectáculo de masas y sus estrellas, auténticas divinidades. En la nueva película del director de La La Land, la transición del mudo al sonoro sirve de telón de fondo a la historia de un puñado de personajes cuyos caminos –en pos de la inmortalidad que Hollywood brinda a sus elegidos– se entrecruzan intermitentemente.
Bajo el título de «‘COMeIN’: pasen y sepan», el primer artículo publicado en esta revista constituía una inequívoca invitación a adentrarse en el conocimiento que se genera en los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC: adelante, pasen, no se queden fuera, come in. Aunque no es lo mismo aceptar una invitación que colarse por la cara, en ocasiones ambas cosas pueden resultar sorprendentemente parecidas.
A Joaquín Maestre Morata, el merecido epíteto de «padre de las relaciones públicas» en Cataluña y en España le ha acompañado durante más de seis décadas. La noticia de su muerte, pues, provoca cierta sensación de orfandad en quienes hemos puesto esta disciplina de la comunicación persuasiva en el centro de nuestra actividad profesional, docente e investigadora. En definitiva, en quienes amamos las relaciones públicas y, siguiendo la estela del maestro Maestre, trabajamos desde este rincón del mundo para impulsar su conocimiento y su reconocimiento.
Está muy feo restregarle a alguien el consabido “«yo-ya-te-lo-dije»”, pero lo cierto es que yo ya lo dije. Pronostiqué que el Facebook que hemos conocido hasta ahora dejaría de existir en un plazo de entre tres y cuatro años, y lo pronostiqué hace exactamente tres años y ocho meses.
Este mes de mayo, COMeIN cumple su primera década de vida. A lo largo de todo lo que nos queda de 2021, tiempo habrá de conmemorar la efeméride como es debido. De momento, a modo de aperitivo, os invito a compartir un itinerario muy –pero que muy– personal que nos llevará a recorrer la historia de la revista a través de 10 imágenes. ¿Empezamos?
El año pasado, el Festival Internacional de Cine de Barcelona-Sant Jordi (BCN Film Fest) fue uno de los primeros acontecimientos culturales que tuvieron lugar en España de forma presencial en el marco de la mal llamada nueva normalidad, aunque asumiendo como peaje un aplazamiento que lo convirtió en un evento estival. Este año se celebra en primavera, como corresponde, como en sus tres primeras ediciones y como antesala de la festividad a la que da nombre.
En lo (poco) que llevamos del 2021, ya se han registrado dos situaciones muy notorias que algunos han interpretado como una amenaza para la libertad de expresión: en enero, la clausura de la cuenta de Twitter del expresidente estadounidense Donald Trump; y en febrero, el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél. El poder del relato y el relato del poder se entrecruzan en ambos casos, evidenciando que, en comunicación política, el storytelling emocional se impone hoy a toda aproximación racional a los hechos.
Hace 10 años, cuando empezamos a trabajar en la conceptualización y el diseño de COMeIN, era impensable que la publicación de su número 100 coincidiera con una pandemia de coronavirus. El COVID-19 ha trastocado nuestras vidas en casi todos los aspectos, pero la misión que alumbró la revista divulgativa de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC se mantiene incólume: pulverizar la distancia que existe entre el conocimiento generado en el entorno académico de nuestro ámbito y su transferencia a la sociedad.
La comunicación de crisis es muy llamativa porque se activa en situaciones que ponen a las organizaciones bajo los focos del escrutinio público. Su hermana menor –la comunicación de riesgo– es más discreta, pero enormemente poderosa. Si se usa con acierto, puede evitar que estalle la crisis, pero también puede convertirse en su detonante si se neglige. Así lo evidencia la cancelación forzada del Mobile World Congress 2020 a raíz de la epidemia de coronavirus.