Hace un rato he encendido el ordenador hoy por primera vez. Después de echar un vistazo al correo electrónico, hago un recorrido habitual: empiezo por Twitter, y de ahí salto a algunos enlaces, después hojeo algunos diarios y blogs, señalo para leer después un par de análisis sobre el fin de ETA y tomo nota en Delicious de una excelente pieza del servicio de documentación de un diario, que paso inmediatamente a recomendar en Twitter. Antes de llegar al despacho, parada obligatoria en el bar a tomar un café y mirar cómo presenta un diario impreso las noticias del día (de ayer). Ya en mi lugar de trabajo, veo en mi “calendario del contribuyente” que hoy toca enviar artículo a COMeIN, y pienso en cuánto ha cambiado la manera en que consumo y consumimos noticias.
En relación directa al sector televisivo se calcula que los europeos destinan cerca de cuatro horas diarias a ver la televisión. Si a este dato añadimos el progresivo aumento de posibilidades que están ofreciendo los servicios de comunicación bajo demanda para diversificar la oferta audiovisual en el hogar, se nos presenta un nuevo escenario que ha sido considerado y empieza también a ser recogido por legisladores como nueva vía de impulso del sector.
Diferentes iniciativas se han adoptado ya a nivel Europeo para incentivar y regular el sector a través de estos nuevos medios y han empezado a ser transpuestas a los distintos Estados miembros.
Decir que los procesos de globalización y digitalización están provocando cambios radicales en las formas de aprender es, a día de hoy, poco más que un lugar común. Tampoco es ninguna novedad que en el marco de nuestras sociedades en red, la abundancia y el desorden de la información conviven con la proliferación de dispositivos, espacios y estrategias personales para la producción y la difusión del conocimiento que circulan más allá de los muros de las instituciones educativas.
La mayoría de los estudios e investigaciones constatan que el uso de las tecnologías digitales por parte de los y las adolescentes se realiza de acuerdo con sus necesidades (principalmente psicológicas y culturales) e intereses cotidianos.
La participación en la sociedad contemporánea significa algo más que la capacidad de tener acceso a información online seria o a referencias y aspectos culturales propios de los espacios educativos formales e institucionalizados. Para jóvenes y adolescentes, la habilidad para socializarse con sus iguales y hacer amistades es un componente clave de su crecimiento como seres humanos competentes. Desde este punto de vista, los espacios online ofrecen oportunidades para mostrar cuestiones relacionadas con la moda y el gusto, el cotilleo, el flirteo…
Uno de los impactos más importantes derivados de la irrupción de Internet ha sido la apertura de la comunicación pública al ciudadano. De manera específica, el desarrollo de la Web 2.0, centrada en el usuario, ha permitido la multiplicación de actores y sujetos activos en el intercambio de informaciones y opiniones. Las redes y los medios sociales cobran especial protagonismo por las posibilidades participativas que ofrecen y la opción de establecer conversación. En este contexto, individuos y medios se reparten la atención del ciudadano y compiten por alcanzar unos altos índices de popularidad (fácilmente medible en el entorno digital en términos de “amigos” o “seguidores”) y de influencia.
Las organizaciones en su actividad diaria generan o modifican documentos que constituyen evidencias de dicha actividad, son los documentos de oficina. Además de este valor probatorio, los documentos de oficina tienen valor por la información que contienen susceptible de generar conocimiento. Ambos valores emergen y pueden ser explotados siempre y cuando la organización disponga de un buen sistema de gestión documental eficiente que permita garantizar determinadas características de los documentos (autenticidad, fiabilidad, integridad y disponibilidad).
El vídeo clip musical ha sido un género que desde siempre me ha interesado por distintos motivos, no sólo por la puesta en imágenes de la música pop, sino especialmente por ser uno de los pocos reductos para la experimentación audiovisual, a mitad de camino en muchos casos entre la publicidad televisiva –el spot– y la vídeo creación, en el sentido más artístico. En la actualidad, a pesar del auge experimentado por el vídeo clip musical en Internet –especialmente en lo referente a la producción audiovisual casera, y montajes semiprofesionales– hay que reconocer que el vídeo clip musical comercial, al más puro estilo MTV, no está en sus mejores momentos. En las listas de reproducción de las cadenas musicales abundan fórmulas preestablecidas y agotadas como la representación de actuaciones, donde se priorizan las coreografías y las actitudes chulescas de los cantantes de hip-hop –en algunos casos acompañados de divas de la altura de Jennifer López o Rihanna– en entornos ostentosos y cargados de dorados que destacan sobre atmósferas oscuras. De todos modos, hay que reconocer que a pesar de esta aparente homogeneidad en los estilos audiovisuales del vídeo clip, hay algunas excepciones que recuerdan los buenos tiempos de este género en los inicios en los años 80, así como su renacimiento en los primeros años 2000.
El gran gurú del marketing, Philip Kotler, ha proclamado su muerte. La del concepto. O más concretamente la del concepto antiguo de la cosa. Dice que parte de la base del marketing tal y como la conocemos está acabada y que es necesario que evolucione en un mundo hiperacelerado. Una advertencia que también vale para el marketing político y sus técnicas. Y la inmensa mayoría de políticos, está claro, todavía no se han dado por enterados. Kotler ya apunta a la fase 3.0, cuando los grandes partidos nos demuestran que en la red todavía no han interiorizado ni el sentido del 2.0. La carrera por las elecciones del 20N es una nueva prueba de ello.
Publicar un artículo no es siempre fácil, pero tampoco lo es revisar los contenidos. Autores y revisores se enfrentan día a día con retos y dificultades relacionadas con la producción científica. Conocer cómo revisar y ser revisado son las claves para conseguir el éxito en el ámbito académico, donde las revistas son la fuente básica para dar a conocer los resultados de las investigaciones y uno de los principales indicadores del crecimiento investigador.
De todos es conocido que desde la eclosión de Internet se ha popularizado el acceso a la información y que las herramientas para la búsqueda y recuperación de información se han sofisticado enormemente. En este escenario las organizaciones se han dado cuenta –o no– que necesitan, más que nunca, monitorizar, vigilar y analizar la información del entorno para tomar mejores decisiones, ser más competitivas e innovadoras, o, sencillamente, para sobrevivir en un mundo cambiante y en constante evolución.