¿Cuál fue la primera agencia de publicidad de España y cómo trabajaba? ¿Qué soportes utilizaba la publicidad en el siglo XIX? ¿Eran creativos los anuncios a principios del siglo XX? Estas y otras muchas preguntas relacionadas con los orígenes de la publicidad moderna encuentran respuesta en la exposición Publicidad en Cataluña 1857-1957 Roldós y los pioneros. Cien años de publicidad nos esperan en el Palau Robert de Barcelona. ¿Nos acompañas?
El pasado 26 de septiembre comenzaba en Barcelona un curso específico sobre e-City Branding con una advertencia inicial sobre el mismo título: podía haberse llamado City Branding 2.0 (incluso 3.0), o City Branding Digital, o… Y se acotaba a “city”, pero el mismo programa delataba una intención de abarcar ámbitos mayores, por lo que podía haberse llamado también e-Place Branding. La cuestión era enfatizar cómo el entorno “e”, electrónico, digital, obliga a replantear la manera en que se construyen y gestionan las marcas ciudad, las marcas territorio, para mejorar las percepciones y los posicionamientos a diferentes niveles (cultural, económico, turístico, etc.) y ante diferentes públicos (interno o externo).
Los cambios económicos de los últimos años han comportado una creciente incertidumbre en todos y cada uno de los ámbitos sociales. El panorama mediático no podía ser una excepción. La creciente demanda de tecnología, como el incremento de los smartphones, un consumidor instruido que se muestra cada vez más exigente, y la mala situación económica por la que pasan la gran mayoría de los anunciantes hacen que el reparto del pastel publicitario sea ahora más complejo que nunca.
Las redes sociales nos han devuelto la capacidad de confiar, cooperar y compartir. Y algunos autores coinciden en que no deberíamos limitar estas actitudes únicamente al ámbito social. En esta línea, empresas como IBM y Boeing ya han aplicado modelos colaborativos para lanzar nuevos productos con resultados exitosos. Compartiendo ideas, recursos y gastos podremos compartir también beneficios.
Hace un rato he encendido el ordenador hoy por primera vez. Después de echar un vistazo al correo electrónico, hago un recorrido habitual: empiezo por Twitter, y de ahí salto a algunos enlaces, después hojeo algunos diarios y blogs, señalo para leer después un par de análisis sobre el fin de ETA y tomo nota en Delicious de una excelente pieza del servicio de documentación de un diario, que paso inmediatamente a recomendar en Twitter. Antes de llegar al despacho, parada obligatoria en el bar a tomar un café y mirar cómo presenta un diario impreso las noticias del día (de ayer). Ya en mi lugar de trabajo, veo en mi “calendario del contribuyente” que hoy toca enviar artículo a COMeIN, y pienso en cuánto ha cambiado la manera en que consumo y consumimos noticias.
En relación directa al sector televisivo se calcula que los europeos destinan cerca de cuatro horas diarias a ver la televisión. Si a este dato añadimos el progresivo aumento de posibilidades que están ofreciendo los servicios de comunicación bajo demanda para diversificar la oferta audiovisual en el hogar, se nos presenta un nuevo escenario que ha sido considerado y empieza también a ser recogido por legisladores como nueva vía de impulso del sector.
Diferentes iniciativas se han adoptado ya a nivel Europeo para incentivar y regular el sector a través de estos nuevos medios y han empezado a ser transpuestas a los distintos Estados miembros.
Decir que los procesos de globalización y digitalización están provocando cambios radicales en las formas de aprender es, a día de hoy, poco más que un lugar común. Tampoco es ninguna novedad que en el marco de nuestras sociedades en red, la abundancia y el desorden de la información conviven con la proliferación de dispositivos, espacios y estrategias personales para la producción y la difusión del conocimiento que circulan más allá de los muros de las instituciones educativas.
La mayoría de los estudios e investigaciones constatan que el uso de las tecnologías digitales por parte de los y las adolescentes se realiza de acuerdo con sus necesidades (principalmente psicológicas y culturales) e intereses cotidianos.
La participación en la sociedad contemporánea significa algo más que la capacidad de tener acceso a información online seria o a referencias y aspectos culturales propios de los espacios educativos formales e institucionalizados. Para jóvenes y adolescentes, la habilidad para socializarse con sus iguales y hacer amistades es un componente clave de su crecimiento como seres humanos competentes. Desde este punto de vista, los espacios online ofrecen oportunidades para mostrar cuestiones relacionadas con la moda y el gusto, el cotilleo, el flirteo…
Uno de los impactos más importantes derivados de la irrupción de Internet ha sido la apertura de la comunicación pública al ciudadano. De manera específica, el desarrollo de la Web 2.0, centrada en el usuario, ha permitido la multiplicación de actores y sujetos activos en el intercambio de informaciones y opiniones. Las redes y los medios sociales cobran especial protagonismo por las posibilidades participativas que ofrecen y la opción de establecer conversación. En este contexto, individuos y medios se reparten la atención del ciudadano y compiten por alcanzar unos altos índices de popularidad (fácilmente medible en el entorno digital en términos de “amigos” o “seguidores”) y de influencia.
Las organizaciones en su actividad diaria generan o modifican documentos que constituyen evidencias de dicha actividad, son los documentos de oficina. Además de este valor probatorio, los documentos de oficina tienen valor por la información que contienen susceptible de generar conocimiento. Ambos valores emergen y pueden ser explotados siempre y cuando la organización disponga de un buen sistema de gestión documental eficiente que permita garantizar determinadas características de los documentos (autenticidad, fiabilidad, integridad y disponibilidad).