Durante muchos años nos acostumbramos a entender y explicar el cambio climático como algo que le ocurre a nuestro planeta: calentamiento global, inundaciones, incendios, deforestación, lluvia nuclear, extinciones, desaparición acelerada de la biodiversidad... Con el tiempo y la continua degeneración de los ecosistemas terrestres, pasamos también a conocer su dimensión experiencial: guerras, migraciones forzadas, pobreza, colapso del sistema alimentario... Finalmente, a golpe de pandemia, comprendimos que las consecuencias del cambio climático no ocurren solamente en países distantes, a las tortugas y a los osos polares. Nos afectan a todos, son terribles y nos están matando.
En 1899 Thorstein Veblen escribió La teoría de la clase ociosa como una crítica a una sociedad norteamericana que en dos décadas se convertiría en la llamada sociedad de consumo. Durante aquellos felices veinte (roaring twenties) se infló lo que sería una de las burbujas económicas más sangrantes y, un siglo más tarde, tras los meses en los que nos hemos visto en la obligación de permanecer en burbujas físicas por el confinamiento, hablar de consumo en singular puede revelarse insuficiente.
El pasado agosto nos dejó una de las figuras que más ha hecho para integrar la creatividad en todo lo que rodea nuestra vida cotidiana, en especial en aquellos espacios relacionados con el mundo del aprendizaje. Desde estas páginas no podíamos dejar pasar la oportunidad de hacerle un pequeño homenaje. Sir Ken Robinson, autor y gran comunicador inglés establecido en California, ha sido uno de los investigadores más influyentes en la educación de lo que llevamos de siglo XXI.
En el contexto actual de pandemia, pero también de crispación política, han circulado numerosos bulos cuyo origen se encuentra en contenido generado desde cuentas que parodian a algún conocido personaje de la esfera pública, habitualmente desde Twitter. En algunos casos se ha llegado a suspender algunas cuentas acusadas de jugar a la confusión con una persona real. Esta desconfianza informativa suele pasar por alto la diversidad de tipologías, contextos y roles que juegan los personajes paródicos en redes sociales. En este artículo propongo hacer una aproximación inicial a este fenómeno, más complejo de lo que parece a primera vista.
La pandemia que ha marcado estos últimos meses, particularmente en los momentos de confinamiento más estricto, ha supuesto un destacado incremento de la actividad online. De la mano de este fenómeno, también ha crecido la cara más negativa de la interacción vía Internet: la ciberviolencia. La investigadora Leila Mohammadi analiza la victimización de las mujeres jóvenes en este contexto.
Hace unas semanas publicamos un artículo en el que remarcábamos la importancia de la comunicación de proximidad para entender la realidad que nos rodea en tiempos de crisis y participar en nuestras sociedades. En este, ahondamos en los retos que el periodismo de proximidad tiene que afrontar para sobrevivir, como la gran dependencia de la publicidad y la legislación vigente.
¿Quién no ha escuchado alguna vez la expresión «los bebés vienen con un pan debajo del brazo»? Sin embargo, los tiempos cambian y ahora podríamos decir que «los bebés vienen con una herramienta tecnológica bajo el brazo» dado que, de manera sorprendente y a muy corta edad, las niñas y los niños se desenvuelven con gran soltura con cualquier dispositivo móvil.
En pleno confinamiento y contexto de pandemia, las plataformas sociales han vuelto a protagonizar un profundo debate en torno a su actuación ante la difusión del discurso del odio que se puede producir en estos espacios de comunicación. Un debate en el que actores políticos y económicos se han ido pronunciando junto a los propios usuarios y agentes relacionados con las empresas tecnológicas. La discusión se ha visto marcada por argumentos que han enarbolado la defensa de la libertad de expresión y la limitación de la censura, frente a otros que abogan por la necesidad de intervenir para frenar los mensajes de odio.
Lo sabemos desde siempre. El hombre convive mal con la incertidumbre. No saber qué pasará nos supera. No hemos aprendido a vivir con la incertidumbre, ni nosotros, ni los mercados de valores, que se tambalean al mínimo atisbo de inestabilidad. Y sin embargo, ¿qué hay más incierto que la propia vida? Lo acabamos de comprobar y, en realidad, seguimos instalados en ella. La pandemia de la COVID-19 ha evidenciado más que nunca nuestra vulnerabilidad.
La programación informativa dirigida a niños, niñas y jóvenes es escasa. Durante el estado de alarma el consumo se ha disparado para todas las franjas de edad, aunque de los pequeños no tenemos muchos detalles, ya que las audiencias no tienen en cuenta habitualmente estos públicos. Uno de los programas televisivos que se ha hecho cargo de la información y entretenimiento de los niños y las niñas ha sido InfoK. Explicaremos cómo son sus contenidos y algunas de las claves de su éxito.